jueves, 27 de marzo de 2008

EL LABERINTO DE LAS ACEITUNAS

AUTOR: Eduardo Mendoza
PAÍS: España (1982)
EDITORIAL: Seix Barral

RESEÑA: Esta novela sitúa nuevamente en el centro de una espiral de intriga al detective demente y paródico que protagonizaba "El misterio de la cripta embrujada". No es menos deslumbrante aquí que en sus obras anteriores la capacidad del autor para la escritura que contiene en sí su propia caricatura, a la vez que la caricatura de un género, y, en él, de una sociedad y sus diversas áreas de lenguaje.

OPINIÓN: Delirante. Además de lo divertido, me encanta por la riqueza de vocabulario.

"El cielo estaba encapotado, pero ese resplandor cárdeno y probablemente mefítico que siempre flota sobre nuestra ciudad me permitía ver con bastante claridad. Por fortuna, casi todos los edificios de la manzana tenían una altura uniforme. Me senté a horcajadas sobre el murete de separación y exploré el terreno con la vista y el oído; nada turbaba la legendaria paz de las azoteas, solvo la brisa que silbaba entre las antenas y los borbotones que en los depósitos de agua producía el continuo tirar de las cadenas que suele preceder al recogimiento familiar. [...] Por alguna razón inexplicable me detuve unos segundos a pensar que ya iba siendo hora de que tratara de sacar el carnet de conducir [...] más la vida me ha enseñado que tengo un mecanismo insertado en algún lugar impermeable a la experiencia que me impide hacer cuanto pudiera redundar en mi provecho y me fuerza a seguir los impulsos más insensatos y las más nocivas tendencias naturales."

lunes, 24 de marzo de 2008

ENTREVISTA A AGOTA KRISTOF

ENTREVISTA: UNA ESCRITURA DESCARNADA
"No me interesa la literatura"
JAVIER RODRÍGUEZ MARCOS 24/02/2007 (EL PAÍS)

En 1986, treinta años después de huir a Suiza con su marido y su hija recién nacida, la narradora húngara escribió en francés El gran cuaderno, primera entrega de una trilogía que la consagró como novelista. En una entrevista en su casa, en Neuchâtel, afirma que ha dejado de escribir y habla de su vida: la infancia en la guerra, el exilio, el trabajo en una fábrica y el éxito.
"Con este tiempo, pensé que no vendría". Cuando abre la puerta de su casa, Agota Kristof se sorprende de que alguien haya atravesado media Europa para hablar con ella. "Pensé que vivía usted en Ginebra, no que vendría desde España", dice mientras se dirige lentamente hacia el sofá. La escritora húngara, que no aparenta los 71 años que tiene, vive sola en el centro histórico de Neuchâtel, en la Suiza francófona, en un escueto apartamento que uno asociaría más con una estudiante que con una escritora que es un mito en Francia, que ha sido traducida a más de 30 lenguas y cuyo nombre ha estado algún año en las quinielas del Premio Nobel. "Puedo vivir en un tercero por el ascensor", comenta. "No me dan las piernas. He tenido dos hernias discales y de la segunda no me pueden operar. Sólo salgo un rato por la mañana para hacer la compra. Ya no viajo. No puedo arrastrar una maleta".

La huida y el éxito
Kristof llegó a Neuchâtel arrastrada por la política. Era 1956 y su marido había participado en Hungría en la revolución contra el régimen prosoviético. Cuando la revuelta fue sofocada, el matrimonio atravesó a pie la frontera con su hija recién nacida. Primero Austria, luego Suiza. "Mi marido se empeñó en que nos fuéramos", recuerda ahora la escritora. "Muchas veces he pensado que más habría valido que él hubiera estado dos años en la cárcel que yo cinco en una fábrica. Suiza me parecía el desierto. Lo pasé mal". Lo dice sin énfasis. En el fondo, habla como escribe: yendo al grano, sin circunloquios, sin subrayados.
Cumpliendo con el tópico, la fábrica era de relojes. Ella se levantaba de madrugada y se pasaba las horas repitiendo el mismo gesto en una máquina. Mecánicamente. No sabía francés -"fue mi marido el que estudió. Yo no pude", aclara-, y en una factoría en la que nadie hablaba era difícil aprender una lengua: "Tenía sus ventajas. La monotonía me permitía escribir poemas mentalmente. Los transcribía al llegar a casa después de acostar a la niña. En húngaro". Con los años, quiso traducir aquellos poemas al francés que había ido aprendiendo con su hija, precisamente. Siempre había querido ser escritora. Desde los doce años. Su padre era maestro y en su casa no era raro que alguien escribiera. De hecho, su hermano pequeño ha publicado varios libros en Budapest: "Él escribe más que yo", afirma Kristof con una sonrisa. "Y lo han traducido. Al checo".
En 1986, treinta años después de salir de Hungría, su suerte cambió completamente. Tras haber escrito en francés una serie de obritas de teatro que pasaron de estrenarse en cafés a retransmitirse por la radio, Agota Kristof pasó dos años redactando El gran cuaderno, la historia de dos hermanos gemelos a los que su madre deja durante la guerra en casa de una abuela que no los quiere y a la que no quieren. Inocentemente despiadados, la crueldad de los muchachos no tiene más límite que su propia supervivencia. La escritora hizo tres copias de aquella infancia descarnada y las envió a París: "Yo pensaba intentarlo en una editorial de por aquí, pero un amigo me convenció y envié la novela a Gallimard, a Grasset y a Seuil". A las dos primeras editoriales les pareció que una novela tan dura no encontraría lectores. La tercera la publicó. El éxito fue fulminante. Las ediciones y los premios se sucedieron, el libro fue traducido a 33 idiomas y Agota Kristof se convirtió en una referencia para miles de lectores en Francia. A El gran cuaderno le siguieron La prueba y La tercera mentira, las otras dos entregas de una trilogía en la que cada título es una vuelta de tuerca al anterior, dando versiones distintas, y hasta enfrentadas, de los mismos hechos.
En España cada título se publicó por separado y con suerte dispar. Ahora El Aleph ha titulado el conjunto con el nombre de sus protagonistas: Claus y Lucas. "Nunca pensé en hacer una trilogía", matiza la escritora, "pero durante mucho tiempo no podía pensar en otra cosa. Tenía que continuar". Y así continuó aquel drama de guerra y aislamiento que la escritora sacó de su propia memoria. Aunque sus recuerdos de la guerra mundial no son malos -"no había colegio"- comparados con los de la posguerra: "Hacía un frío terrible y no había comida. Además, llegaron los rusos y se llevaron lo poco que había. Hungría se convirtió en una colonia de la URSS. Tuvimos que aprender ruso, geografía rusa, historia rusa. ¿Que si hablo ruso? Qué va. Nadie aprendía nada. Si ni los profesores sabían. ¿Cómo va a aprender alguien que no quiere aprender de alguien que no quiere enseñar?".

Cine contra literatura
El gran cuaderno ha conocido multitud de versiones teatrales en Alemania y Japón, desde donde reclaman continuamente a la escritora. Por supuesto, en Suiza. Y en España. En el Festival de Otoño de Madrid en 1999 pudo verse la versión que la compañía chilena La Troppa puso en escena bajo el título de Gemelos. Además, sigue pendiente su adaptación cinematográfica: "Un productor estadounidense compró los derechos y contrató a Thomas Vintenberg, el director danés, pero al final pensó que no era el más adecuado. Es curioso, yo pensaba que sí lo era. Posiblemente el más adecuado", comenta Kristof del director de Celebración, aquella salvaje historia familiar en clave Dogma. Con todo, no sería la primera vez que una novela suya pasa a la pantalla grande. En 2002 el italiano Silvio Soldini -autor de Pan y tulipanes- adaptó Ayer (publicada en España por Edhasa), la cuarta y hasta el momento última novela de la escritora húngara. "Se la cargó", dice ella. "Le cambió el final porque decía que la gente no podía salir desanimada del cine". Agota Kristof reconoce que aquella suicida historia de amor entre extranjeros en una fábrica es su novela más autobiográfica.
Con todo, Un relato autobiográfico es el subtítulo de La analfabeta, el libro que hace dos años apareció en Suiza y que la editorial Obelisco acaba de publicar en España. Allí la escritora cuenta sin adornos su propia historia en ochenta páginas, pero el resultado no le convence. "Me equivoqué al publicar esos textos. Es una recopilación de narraciones que, hace años, mandaba a una revista en alemán de Zúrich. No tienen ningún valor. Son redacciones escolares. ¿Por qué las publiqué? Entonces porque necesitaba el dinero. Ahora porque se empeñó el editor suizo. Estaban en el archivo del Estado, en Berna. Allí mandé todos mis papeles. A mí me daba igual. De todos modos, no hay quien entienda nada. Mi editor francés no lo quiso y en Alemania le dieron el premio de los críticos. Diez mil euros. No fui a recogerlos".
Desde que se le atragantó la historia de una muchacha enamorada de un hombre mayor, "un amigo de mi padre", Agota Kristof ya no escribe: "No lo necesito. Para mí la escritura es demasiado importante como para hacer algo que no me guste. Y no creo que me salga ya nada mejor de lo que escribí. ¿Para qué empeñarse? Tuve tres hijos y estuve casada dos veces. Nada de eso me impidió escribir. Quizás la fábrica... Ahora tengo todo el tiempo del mundo y no lo hago". ¿Y qué hace? "Como no puedo salir, veo la tele y me levanto tarde. Me encanta dormir, en parte porque sé que voy a soñar. ¿Pesadillas? También: que estoy en la escuela, que estoy casada otra vez...". ¿Y leer? "Leer sí leo, aunque menos que antes. Sobre todo, novelas policiacas, aunque luego no me acuerdo del nombre de sus autores. Últimamente también he leído a Pessoa". Además, en La analfabeta habla de Thomas Bernhard. "El problema es que ya he leído todo lo suyo. Me hacía reír mucho. Ya sé que es despiadado, pero por eso me hace reír, porque cuenta las cosas como son. Ahora estoy leyendo a otro escritor que no adorna las cosas, un húngaro, Imre Kertész. Cuando le dieron el Premio Nobel, los titulares de la prensa húngara fueron: 'Un judío gana el Nobel'. Pesaba más eso que el hecho de que fuera húngaro. Lo conocí una vez. Tuvo muchas dificultades para publicar en Hungría. Por suerte, lo tradujeron al alemán. Si no hubiera sido por eso no creo que le hubieran dado el Nobel".
Aunque sostiene que Suiza no acaba de gustarle, Agota Kristof nunca pensó en regresar a Hungría: "Volví en 1968. Durante el viaje nos cruzamos con los soldados que los rusos mandaban a invadir Checoslovaquia. Habían pasado doce años. En la estación no reconocí a mi hermano pequeño. Nunca he pensado en volver definitivamente. Mis hijos crecieron aquí y yo allí ahora sería una extranjera". El gran cuaderno, que contiene una visión nada complaciente de los totalitarismos, no se tradujo al húngaro hasta la caída del muro de Berlín: "Antes no había allí tantas diferencias entre ricos y pobres. Todo está muy dividido. Uno de mis hermanos, que es conservador, está encantado. El otro, que es de izquierdas, está horrorizado. ¿Yo? El problema del comunismo es que estaba lleno de mentiras: que éramos libres, que Stalin era nuestro padre. Era de risa".
En La analfabeta, la propia Kristof se pregunta cómo habría sido su vida si hubiera vuelto a Hungría: "A menudo pienso en eso. Creo que allí habría sido más feliz. La gente es más cordial. Tal vez habría escrito más. Aquí pasé doce años sin poder escribir. En francés no podía y el húngaro se me iba perdiendo. Y la fábrica... Aunque peor que la fábrica fue luego trabajar en la consulta de un dentista. En un sitio no se podía hablar. En el otro, la gente no paraba".

Sin poesía
Un editor italiano se ha propuesto publicar toda la obra de Agota Kristof, empezando por los poemas en húngaro. Ella se niega. ¿Cuando escribía en húngaro también era tan cruda, o la crudeza de su estilo viene del hecho de que el francés no sea su lengua materna? "No, no. En húngaro era muy poética. Demasiado. Por eso no me gustan aquellos poemas. Creo que si hubiera seguido escribiendo en húngaro habría ido quitando y quitando, diciendo sólo lo estrictamente necesario. Seguramente mi forma de escribir viene del teatro. Diálogo puro. Lo justo, sin relleno, sin grasa. ¿Para qué dar vueltas? ¿Para hacer literatura? No me interesa la literatura".
Al final, es imposible pasar por la crueldad de los protagonistas de sus libros sin pensar si sus hijos los han leído: "Sí. Y les gustan. A mis nietos les hace gracia que a su abuela la lean en las escuelas. ¿Qué es duro? También lo es la vida". En las novelas de Kristof no hay mucho espacio para la esperanza. Sus personajes no creen en los sentimientos. ¿Y ella? ¿Cree en los sentimientos? Cuando escucha la pregunta levanta las cejas, guarda un largo silencio y, con la misma cordialidad con que abrió la puerta, responde: "No".

CLAUS Y LUCAS

TÍTULO ORIGINAL: Le grand cahier, La preuve, La troisième mensonge.
AUTOR: Agota Kristof
PAÍS: Hungría (1986, 1988, 1991)
TRADUCCIÓN: Ana Herrera y Roser Berdagué
EDITORIAL: El aleph Editores
RESEÑA: Este volumen recoge las tres novelas de gran éxito internacional que han confirmado la reputación de agota Kristof como uno de los exponentes más provocadores de la narrativa europea. Con la simplicidad sórdida de un cuento de hadas, esta trilogía nos explica la historia de dos hermanos gemelos, Claus y Lucas, condicionados por un vínculo agonizante, que se convierte también en una alegoría de las fuerzas que han separado a Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
BIOGRAFÍA: Agota Kristof nació en Csikvand, Hungría, en 1935, y en 1956 abandonó clandestinamente su país.Se refugia en Neuchatel, en la Suiza francófona, donde encuentra trabajo en una fábrica de relojes: "se trataba de un trabajo completamente alienador", comentará al final de esa experiencia, que duró cinco años.Se dedica a la escritura muy joven, antes en húngaro y sucesivamente en francés, empezando por textos teatrales.En 1987, publica su primera novela, El gran cuaderno, seguida de La prueba (1988), y la Tercera mentira (1991), que en Italia confluyen en la traducción titulada La trilogia della città di K (Einaudi 1998).Estas tres novelas breves, que le otorgan fama mundial, cuentan en un estilo seco y despiadado los escenarios sombríos y amenazadores de la Europa del Este, suspensos entre guerra y paz: "no ha sido fácil recuperar memorias desagradables de mi pasado. No puedo volver a leer mis libros, porque me hieren de verdad, o tal vez sea porque me parezco demasiado a mi escritura seca, negativa, desesperanzada".En su última novela Ayer, (1995), se ha inspirado la película del italiano Silvio Soldini, Brucio nel vento (2001).


OPINIÓN: Historia dura de principio a fin. Sentimientos contradictorios y lucha por la supervivencia en un mundo convulso y cruel. En un lenguaje muy directo y muy preciso convierten la lectura apasionante y angustiosa.



[...] La casa de la abuela está a cinco minutos andando de las últimas casas del pueblo. Después ya no hay más que la carretera polvorienta, pronto cortada por una barrera. Está prohibido ir más lejos, un soldado monta guardia allí. Tiene una metralleta y unos prismáticos, y cuando llueve se mete dentro de una garita. Sabemos que más allá de la barrera, oculta entre los árboles, hay una base militar secreta, y detrás de la base la frontera y otro país. [...]

miércoles, 12 de marzo de 2008

MAURICIO O LAS ELECCIONES PRIMARIAS

TÍTULO ORIGINAL: Mauricio o las elecciones primarias.
AUTOR: Eduardo Mendoza.
PAÍS: España 2006
EDITORIAL: Seix Barral
RESEÑA: Tras años de ausencia, Mauricio, un dentista con ideales pero sin carácter, regresa a Barcelona. Un encuentro casual le lleva a participar en la campaña del partido socialista y a entablar una intensa relación con dos mujeres: Clotilde, que trata de encontrar el equilibrio entre sus ilusiones y la prosaica realidad, y la conmovedora Porritos, que le revelará aspectos oscuros de su personalidad y de su mundo.Esta tríada de personajes es el centro de una acción compleja en sus implicaciones sociales y de diáfana claridad en su magistral exposición. Por primera vez Eduardo Mendoza se sitúa en la Barcelona posterior a la transición, entre las segundas elecciones autonómicas que ganará Pujol y la designación de la ciudad como sede olímpica. Retablo de una colectividad en espera del «fin de la utopía», Mauricio o las elecciones primarias es el ácido balance moral e ideológico de una época, un país y unas gentes que están tomando decisiones pero empiezan a saber que el tiempo que viven se quemará rápidamente.Desde Una comedia ligera, diez años atrás, Eduardo Mendoza no había publicado una novela no paródica, y en ninguna ocasión su talento narrativo había adquirido acentos de tal gravedad, con la conciencia crítica y el tono provocador e iconoclasta de siempre. Mauricio o las elecciones primarias abre una nueva etapa en la novela española de hoy, y en su absorbente lectura, depara una lúcida reflexión sobre la condición humana y una habilísima reformulación de un género que, más allá del referente barojiano, remite a Balzac o a Flaubert.

OPINIÓN: Aburrida. El único interés que le encuentro es que refleja muy bien esa época de la vida española (una vez pasada la transición).

lunes, 10 de marzo de 2008

AUTOPSIA DE LA NOVELA NEGRA


AUTOR: Víctor Bolívar Galiano (Jaén)
PAÍS: España 2007
EDITORIAL: Berenice.
RESEÑA: Manual de escritura que desentraña todas las claves para escribir novela negra, aunando teoría y práctica, planteandolas a partir de un relato " El presidiario y la viuda", en el que el médico y estudiante de criminología Demetrio Barea se ve envuelto en una compleja trama de prostitución , mafias internacionales y relaciones turbulentas.
OPINIÓN: La novela es entretenida. El protagonista (el médico) es un personaje curioso y divertido, a veces héroe de leyenda y otras antihéroe. En algunos momentos recuerda al desquiciado personaje de las novelas de Eduardo Mendoza (en "El misterio de la cripta embrujada " o de "El laberinto de las aceitunas"), el contacto con la cárcel, sus ataques epilépticos, esa irrealidad que les envuelve... Entretenida, también, la parte instructiva.
Sobran algunas explicaciones de las relaciones entre los diferentes personajes.

miércoles, 5 de marzo de 2008

ENTREVISTA A YASMINA REZA

02/03/2008 MAGAZINE
Yasmina Reza
"Me interesa el mecanismo del poder en un hombre"
Texto de Núria Escur
Fotos de Pedro Madueño


Ya existía Yasmina Reza antes del fenómeno Sarkozy. Ese es el respeto a su carrera que ella reclama. Fue la creadora de Arte, la obra teatral que triunfó, fulgurante y unánimemente, en todos los escenarios del mundo y que la convirtió en la dramaturga contemporánea más famosa de Francia. Ahora, su libro sobre Nicolas Sarkozy, todo lo que pudo ver, escuchar y guardar durante su campaña, la está convirtiendo en una de las mujeres más buscadas.
Se presenta desdibujada, como su literatura. Nos han advertido de su rechazo a las entrevistas. En su estancia en España acepta sólo esta y con dificultad. A Yasmina le disgusta la curiosidad reciente de quienes se acercan a ella sólo para preguntarle por la personalidad de Sarkozy que ha perfilado en El alba la tarde o la noche (Anagrama/Empúries). Reza siguió durante toda campaña al candidato, le observó, apuntó y, finalmente, le diseccionó. “La política es un oficio de imbéciles practicado por gente inteligente”, concluye. Y Sarkozy, “un hombre convencido de que el peor riesgo en esta vida es no correr ninguno”.
Así que Reza, que prohíbe que la fotografíen en casi todas sus apariciones, se sienta ante un café americano (“que siempre alargo con la esperanza de que se convierta casi en un té”) con cara de resignación. Otra entrevista. Con antelación se preocupa en insistir en que no hablará de su vida privada ni de Sarkozy. Acabamos hablando de todo eso y más. Y riendo.

Estoy algo asustada.Dicen que usted puede ser más cruel con un periodista que con sus propios personajes.
Pregunte, pregunte… que yo ya le iré cortando.

¿Sabe qué significa en castellano su apellido, Reza?
No.

Ora.
¿Eso significa? ¿De veras?

¿Usted dejó de orar hace mucho?
¡Uy! ¡Esa es una pregunta muy indiscreta!

¿Ya?
Bueno, se lo diré: no, ya no rezo a nadie.

Dice que Bach le ha salvado la vida varias veces. Y que no pudo continuar su carrera de actriz por no ser “ni demasiado rubia ni demasiado guapa”. Nació hace 49 años, hija de padre judío de origen ruso y madre judía húngara. Él tocaba el piano; ella, el violín. Sus ancestros, judíos españoles expulsados por los Reyes Católicos. Se casó con el director de cine Didier Martiny, de quien tiene dos hijos, de 20 y 15 años.

Su libro sobre Sarkozy me ha parecido un cuadro impresionista.
Me alegra. Eso es, exactamente: pinceladas, la suma de puntos, los trazos.

¿Cómo son los cuadros de las paredes de su casa?
Muy distintos. Pintura contemporánea. Amo el color. Yo intenté pintar, pero lo hago muy mal, horrible.

Nathalie Sarraute me comentó una vez que lo más importante en la literatura son los puntos suspensivos. Porque encierran lo que no puedes explicar.
Estoy totalmente de acuerdo. La escritura es el silencio. Alguien más me ha dicho que me parezco a Sarraute y sus tropismos. Pero aunque fue una mujer muy inteligente, a la que respeto muchísimo, no me reconozco en ella. Nos une una cosa: estamos convencidas de la importancia de los gestos cotidianos, casi invisibles. Pero la encuentro demasiado intelectual, como escritora.
Puestos a buscarle influencias…Me acerco más a la escritura de Marguerite Duras.

Su título tampoco lleva comas: El alba la tarde o la noche.
No quise. Porque quería explicar que en la vida de un político no hay tiempo ni para poner una coma. No hay pausa, no hay posibilidad de respiro. Su vida es una secuencia de cine.

¿Sabría definirme en qué consiste la erótica del poder? ¿Todos los políticos que ha conocido tenían algún punto en común?
No. Simplemente, los políticos se dividen en dos: la bestia política y el político mediocre. La misma diferencia que uno puede detectar entre Arthur Rubinstein y el profesor de piano del barrio. No es lo mismo.

Usted no quería escribir un libro sobre Sarkozy. En realidad quiso escribir un libro sobre G., a quien se lo dedica. ¿Quién es G.?
Un político de gran nivel. Pero no le diré el nombre. Me interesaba el retrato de un hombre en busca del poder. Y una cosa que me interesa profundamente, en todo lo que escribo, es cómo los hombres habitan el tiempo. No pudo ser con G., pero él me permitió llegar hasta S.

¿Y cómo consumen ellos el tiempo?
Lo devoran. No tienen capacidad de disfrutarlo. Viven en una tensión permanente.

¿Se sintió defraudado S. cuando supo que, en realidad, el libro era para G.?
Muy defraudado. Le dije que él encarnaba el modelo que yo quería investigar. Pero, como es muy posesivo, tuvo un pequeño disgusto.

¿Qué es lo primero que le dijo Sarkozy después de leer su libro?
Nada. A mí, nada. He sabido, luego, que dice que no es un libro sobre él. Que es un libro sobre mí.

¿Lleva razón?
Sí, debo reconocer que sí. Todo retrato es un modo de autorretrato.

¿Le sorprendió algo en la vida de Sarkozy?
Era como me esperaba. Tal vez me sorprendió la dureza de la vida del político. Sabía que era árida, muy árida, pero no hasta ese punto.

Les admira porque juegan fuerte.
Muy fuerte. Y sí, eso me emociona. Los políticos apuestan fuerte y son, al mismo tiempo, el jugador y la apuesta. Mucho más que en cualquier otra profesión. Se lesionan ellos mismos, se atacan. Y no tienen ninguna protección, como nosotros, los creadores, que siempre tenemos un libro o un cuadro tras el que escondernos. Ellos están solos y en primera fila.

Transmite usted un Sarkozy tozudo, que cojea, que mantiene su sangre fría en los debates. Que escucha, pero acaba haciendo lo que quiere. Muy fuerte, políticamente, y como un niño, en cuanto a sentimientos.
Absolutamente. Es un hombre brillante, capaz de alcanzar el poder, pero en la vida doméstica y en las cosas del amor es tan tonto como el resto de los hombres. Esa es la impresión que tuve de él. Y que se verifica ahora. Eso me produce una tremenda ternura.

“Por la noche tienes tiempo de estar triste”, escribe usted.
A mí me ocurre. A ellos, no. Tras la rutina diaria, los políticos no pueden parar, llega su noche y se duermen. Para ellos la noche es la muerte. Estos hombres nunca tienen tiempo de estar tristes.

¿Y las mujeres políticas? ¿Su retrato hubiera sido distinto?
Creo que, llegados a cierto nivel, mujeres como Merkel, Clinton o Royal acaban siendo exactamente igual que ellos. Se dejan llevar por las mismas pulsiones. No tienen tiempo de ser mujeres normales.

Entonces no las envidia, supongo.
Nooo… para nada. Lo único que envidio de ellos es que no tengan tiempo de estar tristes. No piensan, no sufren. En un sentido existencial, su día a día es como una diversión continua. Y usted ya debe de saber que yo, precisamente, tengo una visión trágica de la vida.

¿Qué se ama más, un hombre o un libro?
Un… a ver, déjeme… un hombre, un hombre.

Cuando se escribe un libro, también se despierta uno a media noche. Se piensa en él a todas horas.
Pero un libro absorbe menos que un hombre. Un hombre te puede vaciar.

¿Por qué dice que escribe como un hombre?
Es difícil de explicar. Pero lo reconozco. Cuando escribo soy un hombre. Yo lo sé, lo noto, pero no sé la razón. Tal vez me asalta la sensación de que escribir como una mujer es escribir peor.

Eso le valdrá enemigas.
Sé que la escritura no tiene sexo. Pero, curiosamente, es más fácil esconderse detrás de un hombre. Así la gente no pierde el tiempo pensando que eres tú y que lo que dices te ha ocurrido a ti. Es una protección.

Odia el punto de vista femenino.
Es algo que no me interesa para nada en la literatura. Yo escribo desde un hombre, pero no para un hombre. Yo creo personajes femeninos en el teatro, pero no escribo desde lo femenino.

Cuando terminemos esta entrevista, usted tomará un avión con destino a París y se reunirá con Isabelle Huppert, la actriz que encarna su última protagonista teatral.
Dos matrimonios. Uno de los hijos le rompe los dientes al hijo de los otros. Los padres empiezan mostrándose muy pacientes, civilizados, conciliadores… y tanta paz degenera… en una carnicería.
¿Recuerda cómo definió una vez a una mujer inteligente, entre Spinoza y Chanel?
Sí, sí, creo recordar que dije que era aquella capaz de hablar con pasión de Spinoza y, a los cinco minutos, de su marca de pintalabios. ¿Y sabe? Yo le podría hablar más y mejor de un pintalabios que de Spinoza. ¿Por qué voy a ocultarlo? ¿Por qué algunas mujeres se obsesionan en querer intelectualizarse porque lo frívolo les parece de poca categoría? La vida, nuestros gestos, están llenos de frivolidad.

¿Le molesta la imagen del intelectual?
Me molesta que se fuercen a ello. No sé si ocurre así en España, pero en Francia, el literato, el actor, el director de cine, quiere ser considerado como un intelectual. Y eso es algo que no entiendo. Me intriga y me preocupa mucho. Porque a veces lo artístico es intrínsecamente opuesto a lo intelectual.

¿Qué aleja al artista del intelectual?
Lo artístico te hace vivir de modo contradictorio, loco, rebelde, distinto, con dudas, con lagunas… Lo intelectual, en cambio, aspira a darte respuestas sobre todo, a poner puntos finales. Ya ve, dos mundos opuestos, en realidad.

Si alguien le dijera que Shakespeare ya lo dijo todo en teatro, ¿qué respondería?
Que eso es una estupidez. Cierto, ese genio explicó todos los sentimientos humanos. ¡Pero no cerró la última puerta de la literatura! Del mismo modo podríamos decir que Sófocles también lo dijo todo, incluso la Biblia lo dijo todo. Pero el estilo, los modos de abordar los temas eternos, son inacabables.

¿Qué le hubiera gustado escribir?
¡Chejov entero! Lo adoro. Y Largo viaje hacia la noche, de Eugene O’Neil.

En su mirada, la reserva, siempre. Contradictoria. Definitivamente pesimista. “Tener un sentido trágico de la vida no excluye ser alegre”, puntualiza. Le parece que escribir es, en el fondo, un acto asocial: por eso se siente legitimada a no opinar sobre cualquier asunto.

¿Cuál es el peor miedo de una mujer?
El miedo a que no se las tome en serio. Eso no se le ocurre a un hombre aunque sea mediocre. Es algo ancestral, creo. Yo, afortunadamente, tampoco lo temo. Pero hay mujeres que no avanzan porque les paraliza esa sensación infundada.

¿Ni siquiera cuando todos coincidieron en proclamar su éxito con Arte?
Nunca sentí miedo de las expectativas. No. Porque no creo en el éxito. He visto muchas obras nada interesantes que han tenido mucho éxito. El éxito no es un veredicto, es una alegría. Soy muy poco sensible a eso.

¿Cuál es su barómetro personal?
Un barómetro absolutamente impermeable al éxito y el prestigio. Lo he conseguido después de mostrarme igual de impermeable ante el fracaso.

Cuando lee lo que dicen de usted, ¿se reconoce?
No me lo leo. Y en Francia siempre exijo una copia previa de lo que van a publicar.

A punto de cruzar la frontera de los cincuenta, ¿que tiene de bueno la madurez?
Nada. No sirve para nada.

¿Usted no se siente mejor consigo misma que hace veinte años?
No. En lo intelectual, para nada. En lo físico, ni le cuento. Eso de la plenitud de la madurez no me lo creo. La mejor edad de la mujer son los 40 años, eso sí. Porque a esa edad una mujer ya sabe quién es. Pero tampoco se escribe mejor. La experiencia no sirve.

Y los consejos se resumen en esto: no es el momento. ¿Lo recuerda?
Cierto, sale en mi último libro. Nunca tomé en cuenta los consejos personales. Pero sí los profesionales, a ellos sí los he atendido. A mis hijos, en cambio, sólo les aconsejo si lo piden.
Estoy convencida de que, en usted, es más interesante lo que calla que lo que dice.Pues creo que tiene razón. Por eso no me gustan las entrevistas.

¿Todo eso que no nos cuenta lo tiene escrito en algún sitio?
Tal vez lo utilizaré un día.

¿Sabe guardar secretos?
Sí. Tengo amplia experiencia en ello.

¿Secretos de hombres relevantes?
Hubo un día en que estábamos solos Nicolas Sarkozy y yo en una estancia. Él mantuvo una conversación telefónica con Ségolène Royal. Y yo me puse a escuchar, disimulando, lo reconozco. Pero no se me ocurriría jamás escribirlo en el libro. Jamás diré lo que oí.

Cuando no quiere responder clava sus ojos en los del interlocutor, amenazante, mueve la cabeza desaprobando y se echa a reír. Así que el juego consiste en una especie de striptease anímico. Hasta lograr que se quite algunas capas. Para entenderla hay que leerla en Hammerklavier, en Una desolación, en El trineo de Schopenhauer. Siempre la obsesión por los desacuerdos: el tiempo que discurre en nuestro interior, lento, incluso agónico, mientras el tiempo externo nos impide descender del carrusel. Insiste en defender su derecho a parar el tiempo en la literatura. Porque la vida va demasiado deprisa.

¿Qué eliminaría de la sociedad contemporánea?
Nada me indigna. O todo. Es la sociedad que nos ha tocado vivir, y ya no mantengo la distancia necesaria para juzgarla. Me puedo exasperar con una noticia que aparece en el periódico, pero como no soy militante de la vida, tampoco llega a hundirme.

Es usted muy cáustica.
Me protege.

¿Qué le ha aportado su origen judío?
Creo que cierta rapidez de espíritu, cierta agilidad al hablar, una forma de aprender a reírse de uno mismo y… sí, ese sentido del humor ácido que a veces me critican. Antes me hablaba usted de Nathalie Sarraute. Podía parecer una abuelita encantadora, pero tenía muy mal humor.

¿Como usted?
Eso es. Mantengo mi derecho a parecer hermética aunque eso, a veces, me excluya del grupo de los elegidos, de los intelectuales puros.

Entonces, ¿qué es peor? ¿Que le pregunten por sus novios o por las novias de Sarkozy?
Sobre su mujer –bien, ya primera dama– no tengo opinión. De ellos sólo me ha interesado conocer el mecanismo del poder aplicado a un hombre. Y el poder me aterroriza porque veo cómo los deteriora.

Escoja una sola historia de uno de sus lectores.
Hay una bella historia. Sólo una vez, leyendo una carta de un admirador, levanté el auricular del teléfono y le llamé. Quise conocerlo. No sé qué vería yo en el papel, pero algo me atrajo poderosamente. Resultó ser un hombre de unos 80 años, divertido, brillante. Luego nos hicimos amigos. Él era amigo de Cioran, alguien que ha inspirado mi vida.

La cito: “Cuando era joven –dice Sarkozy–, todo me era adverso, pero pensaba que todo era posible. Yo podría decir exactamente lo mismo”.
Es cierto. Mi niñez fue dura, y mi juventud, difícil. No se abría ninguna puerta, pero yo seguía adelante. Y al final me he dado cuenta de que, ¿sabe?, en mi vida todo ha sido posible. De hecho, todo ha sido mejor. Así que: “Jóvenes: no desesperéis, todo puede ser mejor”.

Usted dijo a Sarkozy: “Sigo queriendo a los hombres que quise”. Y él le respondió poco más o menos que eso era una estupidez. Es un hombre muy…
Muy ingenuo. En su papel de varón, tremendamente posesivo. En cuestiones afectivas no se imagina cómo puede ser: como un niño. No puede adoptar posturas maduras. Sólo en política no es naif.

¿Los franceses confían más o menos en él que antes?
No entiendo nada de los franceses.

¡Pero si usted nació en París!
Pero cada vez los entiendo menos. Tienen unas subidas y bajadas de temperamento, unas fobias y filias que varían con tanta rapidez que yo ya no las asimilo.

¿Usted podría haberse enamorado de un hombre como Sarkozy?
No. Demasiado adolescente.



domingo, 2 de marzo de 2008

ELDORADO


AUTOR: Laurent Gaudé
TÍTULO ORIGINAL: Eldorado (2006) (Francia)
TRADUCCIÓN: Jordi Martín Lloret
EDITORIAL: Salamandra (2007)
RESEÑA: Tercera obra de Laurent Gaudé publicada en castellano tras El legado del rey Tsongor y El sol de los Scorta —esta última ganadora del premio Goncourt 2004—, esta nueva novela del laureado escritor francés aborda el dramático fenómeno de la inmigración desde una óptica especular, la de dos expatriados que se mueven en direcciones opuestas. Al mando de una fragata que patrulla las aguas sicilianas que delimitan la codiciada fortaleza europea, Salvatore Piracci cumple abnegadamente con su penosa misión, hasta que el sorpresivo reencuentro con una mujer que él ayudó a rescatar de un barco a la deriva lo lleva a emprender un viaje de enorme trascendencia. Paralelamente, en Sudán, el joven Soleimán ha conseguido reunir el dinero necesario para abandonar el país en busca de una vida mejor, pero los planes no tardarán en complicarse, y el ansiado periplo hacia el Norte se convertirá en una durísima prueba, cuyas etapas estarán sembradas de peligros y amenazas, pero también de incontables muestras de fraternidad y esperanza. Los viajes de Salvatore y Soleimán componen así una conmovedora odisea de destinos entrecruzados en ambas orillas del Mediterráneo, sobre un paisaje a la vez auténtico y mítico, contemporáneo e intemporal. Al igual que en sus novelas anteriores, Laurent Gaudé hace gala una vez más de un lenguaje vibrante para sumergirnos en un universo de dimensiones épicas, descubriendo las raíces del ser humano en toda su grandeza y miseria moral.

BIOGRAFÍA DEL AUTOR: Laurent Gaudé es dramaturgo y novelista. Tras graduarse en Letras Modernas, hizo su tesis sobre Estudios Teatrales. Como autor de teatro ha escrito seis obras, entre las que destacan Onysos le furieux, Pluie de cendres y Cendres sur les mains. A su primera novela, titulada Cris, siguió en 2002 El legado del rey Tsongor, que obtuvo el premio Goncourt des Lycéens 2002 —otorgado por los estudiantes de enseñanza secundaria y preuniversitaria de Francia—, y fue finalista del premio Goncourt del mismo año. Asimismo, fue ganadora del Prix des Libraires 2003, concedido por libreros de Francia, Bélgica, Suiza y Canadá. La confirmación de Gaudé como una de las nuevas voces de la literatura francesa llega con El sol de los Scorta, que recibió, entre otros, el premio Goncourt 2004.

OPINIÓN: El tema es muy interesante y la novela es muy comprometida (como todos sabemos "Si que pasen es un drama, que no pasen es una tragedia"), pero a mí no me parece propiamente una novela.