miércoles, 5 de marzo de 2008

ENTREVISTA A YASMINA REZA

02/03/2008 MAGAZINE
Yasmina Reza
"Me interesa el mecanismo del poder en un hombre"
Texto de Núria Escur
Fotos de Pedro Madueño


Ya existía Yasmina Reza antes del fenómeno Sarkozy. Ese es el respeto a su carrera que ella reclama. Fue la creadora de Arte, la obra teatral que triunfó, fulgurante y unánimemente, en todos los escenarios del mundo y que la convirtió en la dramaturga contemporánea más famosa de Francia. Ahora, su libro sobre Nicolas Sarkozy, todo lo que pudo ver, escuchar y guardar durante su campaña, la está convirtiendo en una de las mujeres más buscadas.
Se presenta desdibujada, como su literatura. Nos han advertido de su rechazo a las entrevistas. En su estancia en España acepta sólo esta y con dificultad. A Yasmina le disgusta la curiosidad reciente de quienes se acercan a ella sólo para preguntarle por la personalidad de Sarkozy que ha perfilado en El alba la tarde o la noche (Anagrama/Empúries). Reza siguió durante toda campaña al candidato, le observó, apuntó y, finalmente, le diseccionó. “La política es un oficio de imbéciles practicado por gente inteligente”, concluye. Y Sarkozy, “un hombre convencido de que el peor riesgo en esta vida es no correr ninguno”.
Así que Reza, que prohíbe que la fotografíen en casi todas sus apariciones, se sienta ante un café americano (“que siempre alargo con la esperanza de que se convierta casi en un té”) con cara de resignación. Otra entrevista. Con antelación se preocupa en insistir en que no hablará de su vida privada ni de Sarkozy. Acabamos hablando de todo eso y más. Y riendo.

Estoy algo asustada.Dicen que usted puede ser más cruel con un periodista que con sus propios personajes.
Pregunte, pregunte… que yo ya le iré cortando.

¿Sabe qué significa en castellano su apellido, Reza?
No.

Ora.
¿Eso significa? ¿De veras?

¿Usted dejó de orar hace mucho?
¡Uy! ¡Esa es una pregunta muy indiscreta!

¿Ya?
Bueno, se lo diré: no, ya no rezo a nadie.

Dice que Bach le ha salvado la vida varias veces. Y que no pudo continuar su carrera de actriz por no ser “ni demasiado rubia ni demasiado guapa”. Nació hace 49 años, hija de padre judío de origen ruso y madre judía húngara. Él tocaba el piano; ella, el violín. Sus ancestros, judíos españoles expulsados por los Reyes Católicos. Se casó con el director de cine Didier Martiny, de quien tiene dos hijos, de 20 y 15 años.

Su libro sobre Sarkozy me ha parecido un cuadro impresionista.
Me alegra. Eso es, exactamente: pinceladas, la suma de puntos, los trazos.

¿Cómo son los cuadros de las paredes de su casa?
Muy distintos. Pintura contemporánea. Amo el color. Yo intenté pintar, pero lo hago muy mal, horrible.

Nathalie Sarraute me comentó una vez que lo más importante en la literatura son los puntos suspensivos. Porque encierran lo que no puedes explicar.
Estoy totalmente de acuerdo. La escritura es el silencio. Alguien más me ha dicho que me parezco a Sarraute y sus tropismos. Pero aunque fue una mujer muy inteligente, a la que respeto muchísimo, no me reconozco en ella. Nos une una cosa: estamos convencidas de la importancia de los gestos cotidianos, casi invisibles. Pero la encuentro demasiado intelectual, como escritora.
Puestos a buscarle influencias…Me acerco más a la escritura de Marguerite Duras.

Su título tampoco lleva comas: El alba la tarde o la noche.
No quise. Porque quería explicar que en la vida de un político no hay tiempo ni para poner una coma. No hay pausa, no hay posibilidad de respiro. Su vida es una secuencia de cine.

¿Sabría definirme en qué consiste la erótica del poder? ¿Todos los políticos que ha conocido tenían algún punto en común?
No. Simplemente, los políticos se dividen en dos: la bestia política y el político mediocre. La misma diferencia que uno puede detectar entre Arthur Rubinstein y el profesor de piano del barrio. No es lo mismo.

Usted no quería escribir un libro sobre Sarkozy. En realidad quiso escribir un libro sobre G., a quien se lo dedica. ¿Quién es G.?
Un político de gran nivel. Pero no le diré el nombre. Me interesaba el retrato de un hombre en busca del poder. Y una cosa que me interesa profundamente, en todo lo que escribo, es cómo los hombres habitan el tiempo. No pudo ser con G., pero él me permitió llegar hasta S.

¿Y cómo consumen ellos el tiempo?
Lo devoran. No tienen capacidad de disfrutarlo. Viven en una tensión permanente.

¿Se sintió defraudado S. cuando supo que, en realidad, el libro era para G.?
Muy defraudado. Le dije que él encarnaba el modelo que yo quería investigar. Pero, como es muy posesivo, tuvo un pequeño disgusto.

¿Qué es lo primero que le dijo Sarkozy después de leer su libro?
Nada. A mí, nada. He sabido, luego, que dice que no es un libro sobre él. Que es un libro sobre mí.

¿Lleva razón?
Sí, debo reconocer que sí. Todo retrato es un modo de autorretrato.

¿Le sorprendió algo en la vida de Sarkozy?
Era como me esperaba. Tal vez me sorprendió la dureza de la vida del político. Sabía que era árida, muy árida, pero no hasta ese punto.

Les admira porque juegan fuerte.
Muy fuerte. Y sí, eso me emociona. Los políticos apuestan fuerte y son, al mismo tiempo, el jugador y la apuesta. Mucho más que en cualquier otra profesión. Se lesionan ellos mismos, se atacan. Y no tienen ninguna protección, como nosotros, los creadores, que siempre tenemos un libro o un cuadro tras el que escondernos. Ellos están solos y en primera fila.

Transmite usted un Sarkozy tozudo, que cojea, que mantiene su sangre fría en los debates. Que escucha, pero acaba haciendo lo que quiere. Muy fuerte, políticamente, y como un niño, en cuanto a sentimientos.
Absolutamente. Es un hombre brillante, capaz de alcanzar el poder, pero en la vida doméstica y en las cosas del amor es tan tonto como el resto de los hombres. Esa es la impresión que tuve de él. Y que se verifica ahora. Eso me produce una tremenda ternura.

“Por la noche tienes tiempo de estar triste”, escribe usted.
A mí me ocurre. A ellos, no. Tras la rutina diaria, los políticos no pueden parar, llega su noche y se duermen. Para ellos la noche es la muerte. Estos hombres nunca tienen tiempo de estar tristes.

¿Y las mujeres políticas? ¿Su retrato hubiera sido distinto?
Creo que, llegados a cierto nivel, mujeres como Merkel, Clinton o Royal acaban siendo exactamente igual que ellos. Se dejan llevar por las mismas pulsiones. No tienen tiempo de ser mujeres normales.

Entonces no las envidia, supongo.
Nooo… para nada. Lo único que envidio de ellos es que no tengan tiempo de estar tristes. No piensan, no sufren. En un sentido existencial, su día a día es como una diversión continua. Y usted ya debe de saber que yo, precisamente, tengo una visión trágica de la vida.

¿Qué se ama más, un hombre o un libro?
Un… a ver, déjeme… un hombre, un hombre.

Cuando se escribe un libro, también se despierta uno a media noche. Se piensa en él a todas horas.
Pero un libro absorbe menos que un hombre. Un hombre te puede vaciar.

¿Por qué dice que escribe como un hombre?
Es difícil de explicar. Pero lo reconozco. Cuando escribo soy un hombre. Yo lo sé, lo noto, pero no sé la razón. Tal vez me asalta la sensación de que escribir como una mujer es escribir peor.

Eso le valdrá enemigas.
Sé que la escritura no tiene sexo. Pero, curiosamente, es más fácil esconderse detrás de un hombre. Así la gente no pierde el tiempo pensando que eres tú y que lo que dices te ha ocurrido a ti. Es una protección.

Odia el punto de vista femenino.
Es algo que no me interesa para nada en la literatura. Yo escribo desde un hombre, pero no para un hombre. Yo creo personajes femeninos en el teatro, pero no escribo desde lo femenino.

Cuando terminemos esta entrevista, usted tomará un avión con destino a París y se reunirá con Isabelle Huppert, la actriz que encarna su última protagonista teatral.
Dos matrimonios. Uno de los hijos le rompe los dientes al hijo de los otros. Los padres empiezan mostrándose muy pacientes, civilizados, conciliadores… y tanta paz degenera… en una carnicería.
¿Recuerda cómo definió una vez a una mujer inteligente, entre Spinoza y Chanel?
Sí, sí, creo recordar que dije que era aquella capaz de hablar con pasión de Spinoza y, a los cinco minutos, de su marca de pintalabios. ¿Y sabe? Yo le podría hablar más y mejor de un pintalabios que de Spinoza. ¿Por qué voy a ocultarlo? ¿Por qué algunas mujeres se obsesionan en querer intelectualizarse porque lo frívolo les parece de poca categoría? La vida, nuestros gestos, están llenos de frivolidad.

¿Le molesta la imagen del intelectual?
Me molesta que se fuercen a ello. No sé si ocurre así en España, pero en Francia, el literato, el actor, el director de cine, quiere ser considerado como un intelectual. Y eso es algo que no entiendo. Me intriga y me preocupa mucho. Porque a veces lo artístico es intrínsecamente opuesto a lo intelectual.

¿Qué aleja al artista del intelectual?
Lo artístico te hace vivir de modo contradictorio, loco, rebelde, distinto, con dudas, con lagunas… Lo intelectual, en cambio, aspira a darte respuestas sobre todo, a poner puntos finales. Ya ve, dos mundos opuestos, en realidad.

Si alguien le dijera que Shakespeare ya lo dijo todo en teatro, ¿qué respondería?
Que eso es una estupidez. Cierto, ese genio explicó todos los sentimientos humanos. ¡Pero no cerró la última puerta de la literatura! Del mismo modo podríamos decir que Sófocles también lo dijo todo, incluso la Biblia lo dijo todo. Pero el estilo, los modos de abordar los temas eternos, son inacabables.

¿Qué le hubiera gustado escribir?
¡Chejov entero! Lo adoro. Y Largo viaje hacia la noche, de Eugene O’Neil.

En su mirada, la reserva, siempre. Contradictoria. Definitivamente pesimista. “Tener un sentido trágico de la vida no excluye ser alegre”, puntualiza. Le parece que escribir es, en el fondo, un acto asocial: por eso se siente legitimada a no opinar sobre cualquier asunto.

¿Cuál es el peor miedo de una mujer?
El miedo a que no se las tome en serio. Eso no se le ocurre a un hombre aunque sea mediocre. Es algo ancestral, creo. Yo, afortunadamente, tampoco lo temo. Pero hay mujeres que no avanzan porque les paraliza esa sensación infundada.

¿Ni siquiera cuando todos coincidieron en proclamar su éxito con Arte?
Nunca sentí miedo de las expectativas. No. Porque no creo en el éxito. He visto muchas obras nada interesantes que han tenido mucho éxito. El éxito no es un veredicto, es una alegría. Soy muy poco sensible a eso.

¿Cuál es su barómetro personal?
Un barómetro absolutamente impermeable al éxito y el prestigio. Lo he conseguido después de mostrarme igual de impermeable ante el fracaso.

Cuando lee lo que dicen de usted, ¿se reconoce?
No me lo leo. Y en Francia siempre exijo una copia previa de lo que van a publicar.

A punto de cruzar la frontera de los cincuenta, ¿que tiene de bueno la madurez?
Nada. No sirve para nada.

¿Usted no se siente mejor consigo misma que hace veinte años?
No. En lo intelectual, para nada. En lo físico, ni le cuento. Eso de la plenitud de la madurez no me lo creo. La mejor edad de la mujer son los 40 años, eso sí. Porque a esa edad una mujer ya sabe quién es. Pero tampoco se escribe mejor. La experiencia no sirve.

Y los consejos se resumen en esto: no es el momento. ¿Lo recuerda?
Cierto, sale en mi último libro. Nunca tomé en cuenta los consejos personales. Pero sí los profesionales, a ellos sí los he atendido. A mis hijos, en cambio, sólo les aconsejo si lo piden.
Estoy convencida de que, en usted, es más interesante lo que calla que lo que dice.Pues creo que tiene razón. Por eso no me gustan las entrevistas.

¿Todo eso que no nos cuenta lo tiene escrito en algún sitio?
Tal vez lo utilizaré un día.

¿Sabe guardar secretos?
Sí. Tengo amplia experiencia en ello.

¿Secretos de hombres relevantes?
Hubo un día en que estábamos solos Nicolas Sarkozy y yo en una estancia. Él mantuvo una conversación telefónica con Ségolène Royal. Y yo me puse a escuchar, disimulando, lo reconozco. Pero no se me ocurriría jamás escribirlo en el libro. Jamás diré lo que oí.

Cuando no quiere responder clava sus ojos en los del interlocutor, amenazante, mueve la cabeza desaprobando y se echa a reír. Así que el juego consiste en una especie de striptease anímico. Hasta lograr que se quite algunas capas. Para entenderla hay que leerla en Hammerklavier, en Una desolación, en El trineo de Schopenhauer. Siempre la obsesión por los desacuerdos: el tiempo que discurre en nuestro interior, lento, incluso agónico, mientras el tiempo externo nos impide descender del carrusel. Insiste en defender su derecho a parar el tiempo en la literatura. Porque la vida va demasiado deprisa.

¿Qué eliminaría de la sociedad contemporánea?
Nada me indigna. O todo. Es la sociedad que nos ha tocado vivir, y ya no mantengo la distancia necesaria para juzgarla. Me puedo exasperar con una noticia que aparece en el periódico, pero como no soy militante de la vida, tampoco llega a hundirme.

Es usted muy cáustica.
Me protege.

¿Qué le ha aportado su origen judío?
Creo que cierta rapidez de espíritu, cierta agilidad al hablar, una forma de aprender a reírse de uno mismo y… sí, ese sentido del humor ácido que a veces me critican. Antes me hablaba usted de Nathalie Sarraute. Podía parecer una abuelita encantadora, pero tenía muy mal humor.

¿Como usted?
Eso es. Mantengo mi derecho a parecer hermética aunque eso, a veces, me excluya del grupo de los elegidos, de los intelectuales puros.

Entonces, ¿qué es peor? ¿Que le pregunten por sus novios o por las novias de Sarkozy?
Sobre su mujer –bien, ya primera dama– no tengo opinión. De ellos sólo me ha interesado conocer el mecanismo del poder aplicado a un hombre. Y el poder me aterroriza porque veo cómo los deteriora.

Escoja una sola historia de uno de sus lectores.
Hay una bella historia. Sólo una vez, leyendo una carta de un admirador, levanté el auricular del teléfono y le llamé. Quise conocerlo. No sé qué vería yo en el papel, pero algo me atrajo poderosamente. Resultó ser un hombre de unos 80 años, divertido, brillante. Luego nos hicimos amigos. Él era amigo de Cioran, alguien que ha inspirado mi vida.

La cito: “Cuando era joven –dice Sarkozy–, todo me era adverso, pero pensaba que todo era posible. Yo podría decir exactamente lo mismo”.
Es cierto. Mi niñez fue dura, y mi juventud, difícil. No se abría ninguna puerta, pero yo seguía adelante. Y al final me he dado cuenta de que, ¿sabe?, en mi vida todo ha sido posible. De hecho, todo ha sido mejor. Así que: “Jóvenes: no desesperéis, todo puede ser mejor”.

Usted dijo a Sarkozy: “Sigo queriendo a los hombres que quise”. Y él le respondió poco más o menos que eso era una estupidez. Es un hombre muy…
Muy ingenuo. En su papel de varón, tremendamente posesivo. En cuestiones afectivas no se imagina cómo puede ser: como un niño. No puede adoptar posturas maduras. Sólo en política no es naif.

¿Los franceses confían más o menos en él que antes?
No entiendo nada de los franceses.

¡Pero si usted nació en París!
Pero cada vez los entiendo menos. Tienen unas subidas y bajadas de temperamento, unas fobias y filias que varían con tanta rapidez que yo ya no las asimilo.

¿Usted podría haberse enamorado de un hombre como Sarkozy?
No. Demasiado adolescente.



No hay comentarios: