domingo, 11 de mayo de 2008

ENTREVISTA A DONNA LEÓN

Publicada en Magazine.
Texto de Núria Escur.
Fotos de Carlos González Armesto.
La escritora Donna Leon ha encontrado su propio filón en la novela negra al dar vida al comisario Guido Brunetti, un policía culto que disfruta de la vida y de una familia bien avenida. Novelista y personaje tienen puntos en común, aunque ella no comparte esa faceta hogareña. Por lo demás, ambos han caminado de la mano hacia el éxito.
Sus novelas trascienden el género negro para instalarse en el fenómeno social. “El problema no es que uno mate, sino por qué. Agatha Christie se me hace muy aburrida porque escribe sólo sobre el asesinato, lo resuelve... no me interesa”, explicaba la autora. Y Brunetti no es un policía al uso. Querido por sus colegas de profesión, vive y trabaja en la ciudad de Italia con el índice más bajo de criminalidad, Venecia. Es un tipo tranquilo, bon vivant y culto que lee a Herodoto y a Dante. Descreído aunque todavía confía en la ley, ligeramente pesimista y noble. Con su bagaje se enfrenta al crimen. Jamás va armado.Donna Leon se mueve resuelta, cómoda en su ropa de esquinas masculinas. Nadie diría, a juzgar por su energía y su flexibilidad, que nació hace 66 años. Su abuelo paterno era español, y ella, aunque nació en New Jersey, estudió en Perugia y en Siena. Continuó en el extranjero y trabajó como guía turística en Roma, fue redactora de textos publicitarios en Londres y profesora de inglés en distintas escuelas norteamericanas en Europa y en Asia (Irán, China y Arabia Saudí). Abandonó la docencia para dedicarse a sus dos grandes pasiones: escribir novelas y escuchar ópera. Guido Brunetti, el personaje central de toda su obra, crece al mismo tiempo que su autora, que acaba de realizar su última entrega: La chica de sus sueños (publicada en catalán por Edicions 62 y en castellano por Seix Barral). Autora de culto en Inglaterra, Francia, España y Alemania, sus libros han alcanzado unas ventas de más de 200.000 ejemplares, Leon no quiere que sus obras se traduzcan al italiano, prefiere que en su barrio la sigan llamando de tú.

¿Nunca pensó en que el comisario Brunetti fuera mujer?
No, no. La sociedad italiana es orgánicamente machista, y me habría pasado todas las novelas explicando: “soy Brunetta y, aunque mujer, soy comisario”. Bla, bla, bla...Justificando. No me interesaba. Pensé: “Lo hago hombre y se acabó, nadie me va a pedir explicaciones”.

Su última novela, La chica de sus sueños, surgió, como en otras ocasiones tratándose de usted, de una noticia publicada en un periódico.
¡La prensa es mi Biblia! ¡La sagrada palabra viene de Il Gazettino! Un día abro y me encuentro la historia de una tal Fátima de Teherán. “Ha matado a su marido, le ha sacado el corazón y se lo ha comido”. Lo preparó como una receta de cocina, e Il Gazettino adjuntaba detalladamente la nota con los ingredientes: tomate, cebolla, carne picada…

No toda la prensa italiana es así.
Ya, pero después de leer La Repubblica o L’Espresso, leo la prensa inglesa.

Usted nació en Nueva Jersey hace 66 años. ¿Qué le une todavía a la tierra americana?
Sólo me siento vinculada lingüísticamente. Aunque, pensándolo bien, podría decir que éticamente soy americana. Mi sentido de la justicia es muy anglosajón, más estricto que el italiano, y mi sentido del humor también. Intelectualmente me siento anglosajona; emocionalmente ya soy italiana. He aprendido de los italianos la tolerancia, el dejar hacer…

Dicen que a medida que envejecemos dejamos de juzgar.
Cierto, totalmente cierto. Con la edad la frontera entre el bien y el mal se desdibuja. Todo se convierte en gris. Menos algunas, pocas, cosas que siguen siendo negras, negras. En Turín, por ejemplo, hace unos meses unos obreros fueron quemados vivos y ¡nadie asumió responsabilidades! ¿Cómo pueden ocurrir estas cosas?

¿Ya ha adquirido usted tantos conocimientos sobre la muerte como un médico forense?
No, por favor, nooo… Todo sale de mi cabeza, todo lo invento.

Pero ha descrito usted muchas muertes con todo lujo de detalles.
Me disgusta absolutamente esa parte de la realidad. En una novela, el comisario tuvo que asistir a una autopsia, pero se mareó y cayó. A mí me ocurriría lo mismo.

Nunca ha dejado que traduzcan sus obras al italiano. Quiere seguir siendo una vecina más en su barrio. ¿Ha conseguido preservar ese anonimato?
Creo que sí. Entre vecinos quiero ser una mujer más, no una celebridad. No me interesa, la fama sólo hace daño a nuestras pequeñas vidas.

¿Le interrogan sus vecinos?
Sí, y me hablan de mi obra como un cumplido. Aunque una vez me paró uno para insultarme: “¡Tú! ¿Cómo osas escribir contra Italia? ¡Contra nosotros!”. Le pregunté si había leído mis novelas. “No, no. Pero lo dice un periódico”. “Entonces no pienso responderte”, le respondí.

¿Cree que la gente juzga a la ligera?
¡Eco! Porque no leen los libros, leen las críticasComo extranjera, ¿le exigen más?Roberto Saviano había hablado muy mal de Italia, y nadie le dijo nada. Pero él es napolitano. Insultó a Italia con su libro Gomorra.

Tenía 28 años y le obligaron a estar bajo protección policial. Se metió con algunos capos de la mafia.
Y le respetaron. Yo, como extranjera, soy mucho más examinada.

¿Usted se siente de algún sitio? ¿Tiene sentido de patria?
Puestos a preferir, escojo Venecia. Sí, me siento veneciana, aunque sigo manteniendo un respeto por la América que conocí. La actual no es la mía. La política actual americana me da asco, verdadero asco.

¿Qué le indigna más de esa política: los casos de racismo hacia la inmigración o la moral de rechazo a la homosexualidad, por ejemplo?
Todo, todo, todo… No soporto ser ciudadana de un país que tortura dentro de la cárcel. ¡Eso es una vergüenza nacional! Y encima confiesan sus actos bárbaros. Pero… a ver, este McCain que algunos querrían como presidente es un héroe de guerra. ¿Por qué? Porque le abatieron cuando era piloto, ¡y vaya piloto!, y fue capturado por el enemigo. Han decidido que es héroe porque, además, le torturaron. ¡Bien! Pero… por esa regla de tres, por ser torturados, también deberían tratar como héroes de guerra a todos quienes pisaron Guantánamo.

¿Obama o Clinton?
No me importa. Basta con que sea un demócrata.

¿Es verdad que le propusieron matrimonio tres veces?
Sí, y dije que no las tres, por razones distintas. Pero, mire, yo no he tenido en mi vida ni una planta ni un gato ni un perro. No me veía tampoco con una persona. Jamás me he querido ligar a una responsabilidad. Conociendo la bestia, puedo decirle que no estoy hecha para esa convivencia.

¿Usted se ha enamorado en su vida de hombres, mujeres, o las dos cosas?
El gran, gran amor de mi vida fue un hombre americano. En realidad, es, porque todavía somos amigos. Un tipo particular: traduce, escribe y te hace la pizza. Pero el matrimonio con él no hubiera funcionado.

¿Tiene algún punto en común ese hombre con Brunetti?
Sí, las dos parejas, la real y la de ficción, tenemos algo que ver. Cuando alguna cosa iba mal, yo, como Paola, actuaba siempre desde las entrañas. Era puro instinto. Lo sacaba todo, buaaaa, al instante… Él y Guido, en cambio, siempre deciden desde la cabeza. El cerebro les puede. Pero hace tiempo que levanté un muro de Berlín entre mi vida privada y mi vida profesional.

En cambio, siguiendo la evolución de sus personajes, un matrimonio tan entrañable como Guido y Paola da ganas de casarse.
Todo gracias a la ironía. Todo se lo deben a ella.

Una mezcla extraña, un burgués reflexivo y una condesa, profesora de literatura. Dos hijos, Raffi i Ciara, que encarnan el prototipo adolescente. ¿Por qué, bajo las disputas, permanece siempre ese matiz de dulce hogar?
Cuando dos personas llevan juntas más de veinte años, uno sabe muy bien cómo herir al otro. Y eso es terreno donde no hay que pisar. Debe mantenerse un respeto, una distancia… puedes gritar, recriminar, sugerir, clavar tus pequeños puñales…, pero hay cosas que no pueden decirse. La opción nuclear en el matrimonio, el botón para desmantelarlo todo, se sabe, pero no se usa.

¿Entonces?
Cuando la pareja te dice algo muy fuerte, al instante te parece algo imperdonable. En realidad no es imperdonable, porque el amor lo perdona todo, pero entonces se convierte en inolvidable.

Sus personajes y usted están envejeciendo a la vez. ¿Ya tiene pensado el final del comisario?
No. De hecho, ha ocurrido algo curioso. Él cada vez se está volviendo, intelectualmente, más pesimista. Y yo también. Veo el mundo de modo apocalíptico. No encuentro esperanza para él. Ecológicamente, un desastre; políticamente, sin solución. En cambio, en mi vida diaria cada vez soy más optimista. Cada vez con cosas más mínimas. Me levanto, tomo mi café, abro la ventana… y todavía me sorprendo.

¿Con qué?
Por ejemplo, la próxima semana me voy a Zurich, al jardín zoológico, a hacer esto…

Donna Leon se levanta y empieza a evolucionar de modo rarísimo por el salón del Avenida Palace. Pretende que adivinemos. “¿Quién camina así?” ¿Charlot? ¿Las muñecas mecánicas? “¡Los pingüinos!”, grita. “Voy a grabar un testimonio a favor de la sostenibilidad del planeta. Pienso ir vestida de pingüino”.

Vino a Barcelona para ver Lucrezia Borgia en el Liceu. ¿Qué tal?
Ohh… ¡Edita Gruberova es Dios, es Dios! Es una ópera que ya he visto varias veces, pero jamás como esta. Hacía años, diez, veinte, que no tenía esa sensación. Lucrezia Borgia es imposible de cantar… y la Gruberova casi lo consigue. Fabulosa. Fue una de las noches más hermosas de mi vida operística. Pasé tres horas levitando. El público gritaba como loco, “¡bravo, bravo!”. Ustedes deben agradecer la labor que ha hecho Rosa Cullell al frente del Liceu.

La Borgia, malísima.
Bueno, mírelo así: trabajaba para terminar con la superpoblación en el planeta. Los eliminaba. Era una preecologista.

¿Qué le da la ópera que no le ofrezca otra disciplina artística?
Dejando aparte la palabra escrita, la cosa más hermosa del mundo es el sonido de la voz humana cuando canta. No hay nada más bello que presenciar un converso de la ópera. Ir con alguien que diga que no le gusta la ópera, buscar una de las grandes, y que luego te diga “ahora entiendo esa pasión vuestra”.

¿Qué pieza musical quiere que la acompañe para irse del mundo?
Alcina de Händel. Para mí es la ópera perfecta.

¿A Guido no lo va a sacar nunca de Italia?
Es verdad que el comisario no viaja mucho. Si me lo llevo a algún sitio, será a Nápoles o a Palermo, y voy a instalarme allí unos meses para escribir sin embarazo de esos dos lugares fascinantes.

¿Y de su Venecia, Serenísima República, eliminaría el turismo?
Si el agua sigue subiendo, ecológicamente la ciudad se deteriorará pronto. Desgraciadamente, no es una ciudad pensada para los residentes. Es una ciudad pensada para los turistas, una ciudad falsificada… ¡No podrá asumir tantos millones de turistas pasando por encima!

Desde los 23 años, cuando descubrió Roma, ha viajado muchísimo.
¿Cuál es su viaje pendiente?Después de treinta años sin estar ahí, en abril volveré a Irán como periodista, trabajando para un periódico alemán. Un país por el que siempre he mantenido un gran respeto, un país culto.

¿Alguna vez ha sido víctima de un robo o cualquier otro de los delitos que aparecen en sus novelas negras?
Jamás. Excepto los toqueteos a los que te someten en Arabia Saudí por si llevas encima algo, nada de nada.

¿Cuál será la próxima receta de pasta que Paola le cocinará a Brunetti?
Estamos en la época en que Paola sigue obsesionada por cosas como el rissotto con calabaza. Un día publicaré un libro de cocina con todas sus recetas. Antes de escribirlas las cocino.

¿Ha imaginado alguna vez cómo hubiera sido como madre?
¡Nooo! Hubiera sido una madre de los setenta. Hubiera perdido a los niños en cualquier esquina. Hoy mismo, viniendo hacia aquí, me he pasado de largo el hotel, ni siquiera lo he visto. Me despisto cuando llama mi atención cualquier cosa de la calle.

Nunca se ha teñido el pelo.
Ya tenía canas a los veinte años. Y no, no me he querido teñir el pelo jamás, es algo genético, mis abuelas irlandesas lo tenían igual. En toda Venecia sólo quedamos tres mujeres de mi edad con el pelo blanco. Nos reconocemos, al pasar. El resto va con ese pelo rojo menopáusico que me niego a adoptar. ¡Por Dios!

Dios, ¿por cierto?
Si Dios existe, no ha hecho muy buen trabajo. Esa ha sido siempre una de mis carencias. Lo encuentro injusto. Nunca he entendido el uso de prejuicios religiosos… las cosas cambian, la sociedad, y algunos adultos parecen no querer entenderlo. Parar el tiempo a golpe de prejuicio es ingenuo. ¿Dios? Dios es Händel. Allí sí que está el cielo.