domingo, 6 de abril de 2008

LA DAMA DEL LAGO


TÍTULO ORIGINAL: The Lady in the Lake. (1943)
AUTOR: Raymond Chandler
PAÍS: USA
TRADUCCIÓN: Carmen Criado
EDITORIAL: Debate (1991)
RESEÑA: El detective Philip Marlowe corre su cuarta aventura conduciendo aprisa una y otra vez desde el despacho exquisito de un ejecutivo nervioso de L.A., hasta un refugio de troncos desbastados en las montañas de San Bernardino, con paradas intermedias en el chalé urbano de un magnífico joven, donde el círculo se cierra formando el consabido triángulo. Varios consabidos triángulos ejecutados a punta de pistola.
Quien espere, por el título, encontrarse con una historia poética de honor y magia, se encontrará en un verano caliente de California con sudor y moscas, corrupción, sangre, drogas y un cierto exceso de mujeres con pamela blanca. El engaño principal parece claro desde el principio para un buen aficionado a las novelas negras, pero se cruzan derivaciones que mantienen el interés más que vivo hasta el final. Y por encima del juego lógico hay una buena novela, una manera de escribir brillante y unos personajes que han hecho escuela. Sobre todo Philip Marlowe, el tipo mítico que desde la edad media busca la verdad y representa el bien, aunque parece que a estas alturas ya se ha cansado un poco de ser un chico bueno.

BIOGRAFÍA: Nació en Chicago el 23 de julio de 1888. Ejerció diversos oficios; empleado de banca, periodista, dependiente, hasta llegar a ser ejecutivo de una compañía petrolífera de la que fue despedido en 1932. Desde entonces se dedicó a escribir, publicando sus primeros relatos en 1933 en la revista Black Mask y su primer novela, El sueño eterno, en 1939. Murió en La Jolla, California, el 26 de marzo de 1959.

OPINIÓN: Muy entretenida, muy bien escrita. En ningún momento se pierde la tensión y el interés.

El edificio Treolar estaba, y está aún, en Olive Street, cerca de la Sexta Avenida, en el lado Oeste. La acera había sido construida con piezas de caucho blancas y negras. En aquel momento las estaban levantando para entregarlas al gobierno, y un sujeto pálido, sin sombrero, con cara de inspector de edificios, supervisaba el trabajo contemplándolo como si le destrozara el corazón.
Pasé a su lado, a través de una galería de tiendas de artículos de lujo, y entré en un gran vestíbulo decorado en negro y oro. La compañía Gillerlain estaba en el séptimo piso, al frente, detrás de una doble puerta de vaivén, construida con dos cristales enmarcados en platino. La sala de recepción tenía alfombras chinas, oscuras paredes plateadas, muebles angulosos pero elegantes, pequeñas y brillantes piezas de escultura abstracta sobre pedestales y un alto escaparate de forma triangular en un rincón. Allí en hileras, escalones, islas y promontorios de deslumbrante espejo, parecían hallarse todas las cajas y frascos que la imaginación pudiera crear. Había allí polvos, jabones, cremas y colonias para cualquier ocasión y estación del año. Había también perfumes en frascos finísimos y altos, que daban la impresión de tener que romperse ante el más mínimo soplo de aire, y otros en pequeñas redomas de color pastel, adornadas con graciosos lazos de satén, como muchachitas en una clase de ballet. La flor y nata de aquella cosecha parecía ser algo muy pequeño y sencillo, encerrado en una botellita cuadrada de color ámbar. Ocupaba el lugar central, a la altura de los ojos; tenía un amplio espacio libre a su alrededor y la etiqueta rezaba: "Gillerlain Regal, el Champaña de los Perfumes". Sin lugar a dudas era lo mejor que se podía comprar. Una gota en el cuello y rosadas hileras de perlas comenzarán a caer sobre sí como lluvia de estío.

No hay comentarios: